Tras las pisadas de una sombra el vendedor de sueños arrimaba
su destartalado carrito junto a farolas de pálida luz. Y esa tenue umbría
formaba universos de coraje para este héroe que proclamaba en esquinas
concurridas “vendo sueños…sueños reales, sueños soñados, sueños utópicos…sueños
del ayer y del ahora…sueños de pompas de jabón, y sueños metálicos como pesas
de hierro… ¿alguien necesita sueños? Hoy estamos de rebaja, dos por uno.
Llévese el sueño y lo paga mañana; y si no le convence no se lo cobramos…”
Todo era un ir y venir de realidades plomizas en las calles
sin color. Humbranos de todas las
estirpes transitaban sin rumbo por canales de comunicación establecidos. Nadie
osó salir de una vía marcada para escuchar al vendedor…nadie oía ni nadie
cantaba. Todos los humbranos iban unidos por cables visibles e invisibles a
pantallas luminosas. Se alimentaban de aquellas superficies virtuales que
tenían atrapados sus ojos, y resplandores de verdes, azules y amarillos
decoraban sus rostros de unánime expresión. Y se movían, se movían sin límite,
sin entorpecerse unos a otros, porque cada uno iba encarrilado en su ranura
vial del cotidiano discurrir. El vendedor de sueños observó, preguntó, indagó y
claudicó… y se dijo a sí mismo, este sueño no lo tenía registrado. Lo pondré en
la carpeta de “pesadillas” y con su maltrecho carrito se deslizó por un tobogán
hasta la próxima realidad.
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