domingo, 1 de enero de 2017

Maniquíes de fin de año.
Soñamos todos los fines de año que el nuevo  será mejor. Es como esperar a que pase un tren por un desierto donde no hemos colocado raíles para que pueda circular. Estamos tan acostumbrados a confiar en los hados para que nos resuelvan las cosas que hemos perdido capacidad de afrontar con realismo la vida. Ver la vida con ojos reales no es negar la imaginación ni la intuición, ni mucho menos desechar la condición espiritual del ser humano. Pero tal y como nos están tocando la sinfonía en nuestra sociedad capitalista trasnochada, la armonía brilla por su ausencia. Ya no hay notas que nos lleven a estados  de emoción  elevados por la belleza de las artes; ya no se vive la realidad del día consciente de que somos actores de la historia con capacidad para cambiar nuestros destinos colectivos e individuales. Hemos llegado sin más a hipotecar nuestro libre albedrío  dejando que los poderes de este mundo actúen por nosotros. Y todo eso nos parece bien. Porque la violencia, la guerra, la venta de armas, el empobrecimiento de los excluidos y de los trabajadores, el rechazo de los exiliados y refugiados por  causas de la ambición y la intolerancia, por la hipocresía de las potencias de occidente que se lamentan de las guerras latentes o explícitas de carácter regional mientras las multinacionales que apoyan a esos gobiernos del euro, del dólar o la libra venden esas armas y hacen pingües fortunas a costa de la sangre y la vida de cientos de miles de personas, que son nada, sólo cifras en telediarios. Por lo que no se guardan minutos de silencio, ni nos echamos las manos a la cabeza como cuando ocurre en el corral europeo o americano. La alteridad, el odio y el miedo al otro, a los fundamentalistas islámicos,  canalizan bien las insatisfacciones de nuestras frustraciones occidentales. Ya ha pasado muchas veces en la Historia, los chivos expiatorios son un buen recurso de catarsis colectiva, sobre todo si hay víctimas.
Los fines de año, como todos los ritos de paso y de integración colectiva que buscan el afianzamiento de los códigos de pertenencia culturales me producen risa, una risa macabra por lo irónico que resultan. Algunos de estos ritos sirven para renovar los compromisos grupales para el futuro, pero otros  simplemente se repiten mecánicamente como autómatas que deciden por las voluntades humanas. Estados alienables del homo sapiens actual. Me resulta hasta curioso que la jodida moda que se propaga tanto por las redes sociales, y empieza a hacerse epidémica en muchos ámbitos locales,  los mannequin  challenge , esté coincidiendo con ese proceso de deshumanización progresiva. Los maniquíes toman la realidad, y nos relegan a los humanos a meros pretextos, inactivos seres que sólo posan, posturean en esta sociedad del trampantojo, de la apariencia más banal y chabacana. Donde los programas de morbo reality disparan audiencias, y la televisión se ha convertido en una ventana a la realidad virtual acorde con efectos especiales de nuestro cine más 4.0
No, no creo en los deseos de fin de año, porque son como esos trastos y bártulos inútiles que se echan a un pozo airón; son demostraciones de convenciones circenses de este circo mediático y compulsivo en el que han convertido las celebraciones. Cuando a éstas se les ha privado del verdadero sentido y esencia: celebrar la vida es solidarizarse con el trabajo compartido por cada uno en pos del común, en el camino cotidiano de la realidad que tira hacia la historia de las mujeres y hombres que luchan por sus destinos, y no ponen en manos de empresas de multimedia, en cadena de consumo desbocado y en poderes políticos  títeres las esperanzas de un año mejor, mientras nos joden la vida, el trabajo como medio y no como fin,  la familia, el arte, la belleza, a Dios y la esperanza en el mañana. Sí creo que los comienzos de cada año son oportunidades para revisarnos y crecer como hombres y mujeres responsables de nuestro futuro, propietarios de nuestro libre albedrío y no maniquíes de youtube.



 César Pacheco 
1 de enero de 2017