Maniquíes de fin de
año.
Soñamos todos los fines de año que el nuevo será mejor. Es como esperar a que pase un
tren por un desierto donde no hemos colocado raíles para que pueda circular.
Estamos tan acostumbrados a confiar en los hados para que nos resuelvan las
cosas que hemos perdido capacidad de afrontar con realismo la vida. Ver la vida
con ojos reales no es negar la imaginación ni la intuición, ni mucho menos
desechar la condición espiritual del ser humano. Pero tal y como nos están
tocando la sinfonía en nuestra sociedad capitalista trasnochada, la armonía
brilla por su ausencia. Ya no hay notas que nos lleven a estados de emoción elevados por la belleza de las artes; ya no se
vive la realidad del día consciente de que somos actores de la historia con capacidad
para cambiar nuestros destinos colectivos e individuales. Hemos llegado sin más
a hipotecar nuestro libre albedrío
dejando que los poderes de este mundo actúen por nosotros. Y todo eso
nos parece bien. Porque la violencia, la guerra, la venta de armas, el empobrecimiento
de los excluidos y de los trabajadores, el rechazo de los exiliados y refugiados
por causas de la ambición y la
intolerancia, por la hipocresía de las potencias de occidente que se lamentan
de las guerras latentes o explícitas de carácter regional mientras las
multinacionales que apoyan a esos gobiernos del euro, del dólar o la libra venden
esas armas y hacen pingües fortunas a costa de la sangre y la vida de cientos
de miles de personas, que son nada, sólo cifras en telediarios. Por lo que no
se guardan minutos de silencio, ni nos echamos las manos a la cabeza como
cuando ocurre en el corral europeo o americano. La alteridad, el odio y el
miedo al otro, a los fundamentalistas islámicos, canalizan bien las insatisfacciones de
nuestras frustraciones occidentales. Ya ha pasado muchas veces en la Historia,
los chivos expiatorios son un buen recurso de catarsis colectiva, sobre todo si
hay víctimas.
Los fines de año, como todos los ritos de paso y de
integración colectiva que buscan el afianzamiento de los códigos de pertenencia
culturales me producen risa, una risa macabra por lo irónico que resultan.
Algunos de estos ritos sirven para renovar los compromisos grupales para el
futuro, pero otros simplemente se
repiten mecánicamente como autómatas que deciden por las voluntades humanas.
Estados alienables del homo sapiens actual. Me resulta hasta curioso que la
jodida moda que se propaga tanto por las redes sociales, y empieza a hacerse
epidémica en muchos ámbitos locales, los
mannequin challenge , esté coincidiendo con ese
proceso de deshumanización progresiva. Los maniquíes toman la realidad, y nos
relegan a los humanos a meros pretextos, inactivos seres que sólo posan,
posturean en esta sociedad del trampantojo, de la apariencia más banal y
chabacana. Donde los programas de morbo reality disparan audiencias, y la televisión
se ha convertido en una ventana a la realidad virtual acorde con efectos especiales
de nuestro cine más 4.0
No, no creo en los deseos de fin de año, porque son como
esos trastos y bártulos inútiles que se echan a un pozo airón; son
demostraciones de convenciones circenses de este circo mediático y compulsivo
en el que han convertido las celebraciones. Cuando a éstas se les ha privado
del verdadero sentido y esencia: celebrar la vida es solidarizarse con el
trabajo compartido por cada uno en pos del común, en el camino cotidiano de la
realidad que tira hacia la historia de las mujeres y hombres que luchan por sus
destinos, y no ponen en manos de empresas de multimedia, en cadena de consumo desbocado
y en poderes políticos títeres las
esperanzas de un año mejor, mientras nos joden la vida, el trabajo como medio y
no como fin, la familia, el arte, la
belleza, a Dios y la esperanza en el mañana. Sí creo que los comienzos de cada
año son oportunidades para revisarnos y crecer como hombres y mujeres
responsables de nuestro futuro, propietarios de nuestro libre albedrío y no
maniquíes de youtube.