Hace más de veinte años que un servidor, junto con otros
compañeros en las lides de la defensa del patrimonio, nos prodigábamos por los
medios de comunicación y la calle para intentar sensibilizar a políticos,
empresarios, constructores, promotores y vecindario de la importancia radical
que suponía para nuestro futuro conservar el amplio y variado elenco de
elementos del patrimonio cultural de Talavera. Eran tiempos de luchas casi
románticas contra el monstruo de la especulación,
la desidia, inoperancia y el ignorante proceder de las administraciones. Muchos
lamentos nos costaron ver cómo bellos edificios de arquitectura palaciega y
popular caían bajo la necia mano del retrógrado agente local, cómo desaparecían hermosos paisajes urbanos construidos en el tiempo, contribuyendo
una vez más a des-memorizar la historia de Talavera. Las voces del pasado clamaban pidiendo
justicia, reclamando cordura y sensatez a quien claramente no querían tenerla.
Pasaron
los años y cuando ya estábamos confiados en que aquello no era más que una
lamentable pesadilla de los “años bárbaros”, los viejos fantasmas que atenta
contra el sentido común vuelven a la carga. Indolentes, los promotores y
empresarios, propietarios de “toda la vida de Talavera”, que tanto aman a su
ciudad porque de ella han sacado el jugo crematístico hasta la saciedad, con
hipócrita talante, en lugar de que sus beneficios favorezcan al común de la
ciudad y a sus habitantes, simplemente para devolver, por justicia, una parte de lo que han ganado, se marcan unas estupendas actuaciones
al peor estilo decimonónico. Argumentarán que en pos del progreso y el
desarrollo Talavera necesita de nuevos edificios modernos, y que todas esas
antiguallas inservibles no tienen valor alguno. Y lo certificarán avezados y
competentes arquitectos que con criterios muy finos de lo que debe ser el
planeamiento urbanístico de una ciudad con futuro, y en aras de dejar una
huella para la posteridad, convencerán al mercader fenicio talaverano de que es
más conveniente y rentable hacer un rascacielos “mu bonito”, y además junto al
Corte Inglés. Y con esas cartas, y con
la legitimidad que le dan los tribunales de “Injusticia” torearán normas de
protección del patrimonio que tienen un interés colectivo, pero las sentencias
judiciales dan la razón legal, pero no la ética, señor promotor.
Y es que
precisamente es la ética lo que falta en esta sociedad nuestra, y es que en esta Vetusta
tagana que llamamos Talavera, hay tantos agentes depredadores como hienas en
desierto en busca de carroña y presas. El escandaloso caso del edificio de la
calle Muñoz Urra, inmueble de 1931, representación de un tipo de arquitectura
ecléctica muy en boga en las primeras décadas del XX, es la última cuenta de
ese rosario interminable de despropósitos de esta ciudad en materia de
conservación del legado cultural. La implicación de los gestores políticos
anteriores y actuales no es ajena a este desaguisado. Alguna irregular gestión
debió de hacerse, por omisión o por acción contraria, cuando este edificio
singular que estaba recogido en el Inventario de Bienes Inmuebles que acompaña
al POM, cae impunemente y con respaldo judicial encima, bajo la piqueta
destructora.
¡Qué indolencia, ciudadanos vetustenses, se respira en esta
urbe cuando hemos dejado siempre su destino en manos de caciques, mercaderes,
especuladores e incultos! Ahora el lamento por la pérdida se ahoga por el
clamor de supervivencia de los comunes que bastante tienen con llegar a fin de
mes. Pero si algo debe servir la experiencia del pasado a una ciudad es para
enmendar errores y poner las medidas necesarias para no volver a caer en las
mismas simas de la burocracia legal que coartan la libertad de la cultura.
Quizá sea ese el problema de Talavera, y quizá de nuestra cultura patria, que
no asumimos nuestra historia ni estamos dispuestos a revisarla ni a integrarla.
Y por eso sólo somos autómatas repitiendo las mismas actitudes en distintos momentos.
Como decía Pessoa, mi tristeza está en no saber quién soy exactamente. Ahí está
nuestra penitencia.