Descolgado de cornisas
prominentes se ve caer un manto de lluvia casi hueca, limpia de oxidaciones pero
opaca en sus pensamientos. Un anciano que rebusca en la basura del cotillón
milenarista ha advertido el fenómeno: se pone a recoger en su profunda bolsa,
macerada por la mugre excrementicia, esa agua que hiriente, recorre canales de
las arrugas de la ciudad. ¿Qué hace ahora con el líquido tesoro el defenestrado
del sistema, ese sospechoso elemento contumaz que ha retado a los señores
poderosos por sentirse libre entre cubos de basura?
Un avezado habitante de la calle
de la Agonía le observa con detenimiento, y viendo lo irregular de su proceder
ha avisado a las autoridades pertinentes: “un hombre harapiento y con una
sonrisa en la cara se ha atrevido a mirar hacia el cielo y ha cogido la lluvia
dorada de las ilusiones. Y no contento con eso se ha ido cantando mientras se
desparramaba por su rostro una gota esmeralda de poesía…Acudan rápidamente, que
el sujeto dice que es feliz….”.
Carrozas oscuras con cantos
funestos de sirena se han precipitado por la rúa principal de la urbe y han
escoltado al canciller de la felonía, al embajador del afilado hacha. Tienen
miedo de que algunos harapientos más se entrelacen en sus ruedas de vapor
ponzoñoso. Cuando han llegado al lugar una corneja negra estaba disertando
sobre el más allá y el pecado mientras horripilantes cabezas ciudadanas se transformaban
en etéreos espectros y asentían felices de sus enseñanzas…
Y el cuerpo autoritario ha
pesquisado sobre el sujeto… y nadie conocía nada, y nadie sabía nada excepto lo
que el Cornejo mayor les aconsejaba. Cuando los guardianes del orden quisieron
actuar el ínclito personaje estaba ascendiendo hacia soles multicolores de seda
y raso, donde le esperaban con sonrisas y brazos abiertos para recibir el agua
sagrada de la utopía.
César Pacheco
Enero 2013