jueves, 7 de junio de 2012

Mis conversaciones con Dios I

Cuando yo conocí a Dios, él era aun joven...tenía sus pretensiones como yo. Sí, Dios entonces no era ese ser inalcanzable ni viejito que tantos han pintado e imaginado. ¡Que va! El bueno de Dios es así. Durante todos estos años he tenido la sensación extraña y, a la vez, tranquilizadora, de que Dios ha crecido conmigo: ha tenido las mismas victorias que yo, los mismos desastres en el amor que yo, los mismos fracasos y suspensos que yo; también él ha padecido la incomprensión de la adolescencia cuando los adultos no sabían ponerse en mi lugar. Fue creciendo conmigo en la percepción del mundo, y fuimos los dos aprendiendo el valor de lo humano que se desenvuelve como un ave en un paraíso divino.
Es mentira que Dios esté en el cielo, ni en el religioso, ni en el astronómico. Que no; que ha estado conmigo todo este tiempo. Yo a veces se lo quería presentar a algunos amigos y amigas, pero como lo han deformado tanto y algunos señores mayores lo han vestido de muchos ropajes serios y rituales, y lo subieron arriba en unos altares de madera, y a veces de oro, mis colegas no lo han reconocido. A mi me da pena, pero bueno, Dios me ha dicho que no le importa; dice que cada uno tiene buscar a quien llevar consigo en el camino, y que lo importante es caminar sin que el mundo nos pase por encima. Me dijo un día que le gusta que los hombres y mujeres seamos creadores y en esa creatividad también somos dioses. Y que a él lo que más le agrada es que seamos hombro para el consuelo, manos para la ayuda, risa para la alegría, lágrima para la tristeza, lucha para la injusticia, verdad para la mentira, paz para el desasosiego, solidaridad para la esperanza, y sobre todo Amor para la vida.
Otro día le voy a preguntar más cosas a Dios, que hoy dice que está cansado de ver el telediario y eso de la prima de riesgo.